viernes, 4 de diciembre de 2009

La fuerza de los débiles

Borro la última entrada que estaba a punto de acabar, guardo el borrado sin solución de continuidad y a tomar por culo. Estaba diciendo una cantidad de chorradas menopáusicas de impresión, un quintal de autocompadecimiento muy miserable y muy irritante. Lo siento, porque llevaba unos cuantos días sin postear, y estaba quedando rollizo y largote. Pero hoy he releído y ha sido de auténtica vergüenza ajena.

Tengo un sentido de la autocrítica muy pobre. Puedo detectar cuando un texto mío ha quedado bien o mal, pero nunca tengo el valor de eliminarlos y cagarme en mi calavera por parir textos mediocres. Hoy sí y lo he hecho y no me siento especialmente bien, lo cual en cierto sentido es una decepción. Pero tampoco puedo decir que me sorprenda. Habrá que seguir probando.

martes, 17 de noviembre de 2009

Ni para tomar impulso

Las cosa que tiene Dosis Mínima, esa maratón hacia ninguna parte, es que me obliga a escribir cada día y a desengrasar, como mínimo, un par de conexiones sinápticas para hacerlas coherentes y que se me entienda la voz sin carraspeos ni tonterías. Y me sirve a mí mismo como borrador de ideas y como esquematizador de conceptos, a la vez que dejo claras cuatro monsergas que yo mismo no tenía demasiado bien enunciadas acerca de los juegos, los tebeos y las películas.

Es una sensación peculiar y contradictoria la que se obtiene de auto-obligarse a escribir, apetezca o no. Primero, es un alivio que a mitad de los textos, siempre, en todo caso, se haya arrancado con ímpetu o no, serpentea en el estómago el alivio, ya que siempre acaba pudiendo la necesidad de comunicar, la idea que se perfila según se escribe, la sensación de que quizás alguien reciba un dato, una opinión, una cosica que encuentre positiva. Y se coloca el punto final con ganas y alegría, independientemente de los motivos de la capitular de inicio. Segundo, las urgencias del tiempo y el rosario de temas nunca dejan cien por cien satisfecho al que escribe, pero cuando miras atrás, me parece que fue ayer (que digo ayer, hace un par de horas) que empecé y ya llevo cincuenta y pico posts, y eso quiera uno o no no es algo que queda ahí y que es estupendo, un orgullo y si alguien gusta de lo que digo y deja su comentario, pues es una cosa y un interactuar que a mí al menos, un adicto a la discusión por banal que sea, me satisface y me trempa no poco.

Total, que Dosis Mínima dar no dar, pero para lo que recibe, ya podemos calificarlo de cosa afortunada y que esperemos que aguante.

miércoles, 21 de octubre de 2009

Insertar aquí titulo de novela romántica para adolescentes

Andando por un centro comercial mastodóntico con Patricia, no sé cómo, surge repentinamente una mención a Buffy. Patricia vuelve a suspirar y afirma que al final tendrá que ponerse y verla. «¿Cuántas temporadas son?», pregunta levemente atemorizada, temor que se convierte en pavor cerval cuando se lo digo. Lo único que puedo hacer es encogerme de hombros, porque la pregunta subsuguiente se sobreentiende al manejar el dato de las decenas y decenas de horas que hay que invertir: «¿Y merece la pena hasta ESE punto?».

A pesar de ser fan de Buffy y Joss Whedon hasta extremos dignos de metas más satisfactorias o, al menos, algo más recompensadoras, nunca he sido un profeta de su palabra o un entusiasta que intenta conseguir conversos al buffysmo al precio que sea. Buffy es uno de los productos de ficción más emocionantes y gigantescos que he visto en mi vida, pero basta dar un pequeño paseo por mi casa, rebosante de merchandising y muestras de devoción por cientos de productos de ficción para descubrir que no soy ningún fan cegado por la cabellera de la cazavampiros. Mi pasión por Buffy se bifurca en dos rostros no sé muy bien si contradictorios o compatibles, pero muy claros y que tuve claros desde el primer episodio. Por un lado, su perfección formal, perfección que no se ve clara hasta que no concluye la serie y que corona, por encima de todo, su guión, del que tanto se ha hablado y que aún sigue dando coletazos en forma de mil hijos bastardos (el último, esa cosita curiosa llamada Jennifer's Body). Una construcción de personajes, una progresión de las tramas, un manejo de las convenciones y, sobre todo, unas líneas de diálogo que no he visto ni antes ni después en una serie de televisión con estas intenciones, este público y estos mimbres. Los juegos de palabras, el amargo sentido del humor y la definición de héroes entrañables y némesis para recordar a partir de la verborrea me cautivaron desde el principio y es, desde luego, superados los giros de guión y el impacto dramático inicial, mi principal motivo para volver a Buffy.

Pero para eso ya tenemos Lost, ¿verdad? Una exhibición de musculatura narrativa, asombrosa, espectacular, lindando con lo increíble en sus mejores momentos. Una masturbación vacía, pero con todo lo que destaca en las mejores masturbaciones: furiosa, efímera, enloquecida y sin meta clara. Buffy lo tiene, con sus juegos de palabras emperifollados, sus argumentos pletóricos de guiños, su cálida descomposición de los tópicos narrativos del género, su episodio mudo y su episodio musical. Pero también tiene esa otra cara que decía, esa segunda faceta que la ha convertido en mi serie favorita de todos los tiempos. Es la devoción pura, sincera y apasionada por sus personajes. Por las memeces de adolescente, sin ironías ni dobleces, de la primera Buffy y los traumas de adulta de la última. Por las tonterías de Xander y por el ñoñismo de Willow. Buffy comprende, adora y masajea a sus personajes, porque solo así consigue que el espectador se enamore y sufra con ellos. Es complicado de explicar, y por eso nunca posteo, nunca escribo, ni siquiera nunca evangelizo sobre Buffy. Con una entrega total y algo incomprensible, Whedon camufló con juegos de manos (los diálogos punzantes, los arcos narrativos irresistibles, los retruécanos genéricos) una obra de amor pura e incorruptible.

Cuando empezamos con Elitevisión, las normas que impuse fueron tres: primero, las series se analizan episodio a episodio; segundo, las series se analizan cronológicamente; tercero, nadie analiza Buffy. Porque no soy ningún fanático, pero hay cosas con las que no se juega.

lunes, 19 de octubre de 2009

Aforismo

Como era de esperar, Dosis Mínima me deseca el ingenio. Me agota el intelecto y me hace tartamudear aún más de lo normal. A duras penas llego a pensar un ítem para reseñar cada día, no hablemos ya de sacar fuerza de voluntad para dejar caer mis reflexiones por este pozo. Hasta tal punto vampiriza mi energía que llego a Pero eh y solo se me ocurre postear... sobre Dosis Mínima.

lunes, 12 de octubre de 2009

Borracho o nada

Inauguro Dosis Mínima consciente de su limitadísima esperanza de vida, pero contento con un concepto que he madurado y llevado a cabo en apenas unos días (lo que garantiza una madurez y una ejecución, desde luego, muy relativas). El último blog que abrí desde cero, quitando este pequeño secreto entre ustedes y yo, fue EliteVisión, y la experiencia fue mucho más dura por el enorme esfuerzo de coordinación de autores y el áspero y ambicioso trabajo técnico que tuvo que llevar a cabo eunice antes del lanzamiento. Dosis Mínima ha sido un masaje intelectual, en comparación. La respuesta de mis habituales, por supuesto, ha sido extremadamente positiva: cada día que pasa veo sudar a los lectores, conscientes de que el cierre es inminente o, como mínimo, que el desafío se desmoronará. Lo que más me reconforta es que su abierta confesión de que soy el primero que no da un duro por su continuidad parece haber sido recibida de la forma más apropiada: entre risas y vítores. Eso que nos llevamos.

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Más madera

Debo estar chotado para andar mascullando sobre la posibilidad de abrirme otro blog que se sume a los ya presentes. Mi tiempo libre es tan escaso que me he tenido que sentar con papel y lápiz para decidir a qué momento del día le puedo robar unos minutos para conseguir esa actualización. Los he encontrado, los he apuntado, y ahora estoy modificando una plantilla de wordpress para empezar con ello en breve.

En lo que llevamos de año he perdido un trabajo y he abierto dos blogs. Podría considerarse un ejemplo paradigmático de causa y efecto, pero no es del todo así: este año, por ejemplo, he escrito muchos más guiones de forma semiprofesional (semicobrando, vamos), más los que he escrito de forma completamente remunerada, que en los últimos años. No es cuestión de ocio, más bien todo lo contrario: los ensayos y conciertos de Wicked Wanda cada vez son más frecuentes, y sería deseable que fueran a más, claro que sí. Cretina me pide que le enseñe unas nociones de bajo con la justificación más irresistible de todas: quiere aprender a hacer algo por el simple hecho de aprender. Me surge un trabajo que puede que me lleve a hacer con el cine lo que Xtreme me permitió hacer con los videojuegos. Un amigo me propone grabar una versión de Carlos Berlanga para un tributo amateur. Claro que sí. Ya empieza a ser hora de pensar en el volumen 3 de Mondo Píxel y carambolas, ese guión de tebeo que andaba por aqui parece que empieza a respirar de forma deliciosamente entrecortada. Es decir, ni me sobra el tiempo ni tengo la menor intención de que me sobre. Es estupendo que así sea.

Y me abro un blog nuevo. Un blog cuya principal peculiaridad es su asfixiante periodicidad, de habitualidad extrema. Pero me apetece seguir contando cosas y seguir clarificando esquemas a golpe de teclado. Aunque, joder, este ritmo acabará conmigo.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Dead bullfighters

Revisando vinilos me topo con una de mis posesiones más preciadas: el rarísimo Mundo Caracol de Los Toreros Muertos, uno de los discos que más escuché en mi adolescencia, y que hoy he vuelto a pinchar, desempolvando el recuerdo de pareados que memoricé perfectamente en su día y que no había olvidado, sino que simplemente había arrinconado en alguna zona por suerte aún accesible del subconsciente. Vuelvo a saborear, indisimulando las relamidas, las insospechables cargas de profundidad en forma de gamberrismo surreal (y no surrealismo gamberro, como erraban algunos observadores de la época) que desbordaba el grupo, y que permanecen intactas porque nadie tuvo los huevos ni el talento de recoger su testigo, pero también me sirve para clasificar mi propia educación musical.

Caigo así en la cuenta de que ningún grupo extranjero me enseñó las posibilidades líricas del pop con tanta fuerza como los grupos nacionales con retranca en las letras. Todo lo que sé sobre la la ironía hiriente, el sarcasmo payaso, la parodia gratuíta y el exhibicionismo genital (pero también sobre la metáfora arrojadiza, el pleonasno necio, el simbolismo de cuchufleta y la hipérbole desajustada) me lo enseñaron Siniestro Total, Un Pingüíno En Mi Ascensor, los primeros Hombres G, Pabellón Psiquiátrico, Los Nikis, Glutamato Ye-Ye, Los Moluscos, los primerísimos Seguridad Social y, unos años después, y dándose la mano el infantilismo militante y la arcada porque sí, todo el punk disparatado que escuché en la adolescencia. Pero primero fue el pop descreído de todos esos, más Los Toreros Muertos. Nadie tocaba como los grupos de fuera, nadie me infectaba los oídos con estribillos como los de EMF, Transvision Vamp o Love & Rockets, pero con orgullosas lagunazas en una educación cultural sin wikipedia, El Sangriento Final de Bobby Johnson, Diga qué le Debo o La Hormigonera Asesina rayaban en mi canon humorístico a la altura de Mortadelo, el Mini Rey o Anacleto. Supongo que está claro el calibre de semejante comparativa.

Los Toreros Muertos, sin embargo, jugaron en una liga levemente distinta. Revisando, como digo, Mundo Caracol, saqué todos los vinilos que tengo de la banda, y acabé cayendo en Para ti, una parodia del género de la balada sin relación con la canción homónima de La Mode, y tuve que detener el plato después del primer verso, "Siempre quisiste tener una canción, esta es tu ocasión". Apuré el tequila y me rasqué la barbilla. ¿Qué, de qué, por qué esa canción me sonaba tan... propia? Revisé todas las canciones de la banda que tenía a mano. Bum Bum 1789, canción que me fascinaba profundamente en EGB porque tenía como temática lo que en ese momento estaba estudiando en clase de Historia, decía "Traedme a la reina, traedme a las infantas, esto es una fiesta y el público canta". La tremenda En mi portal bramaba en una hidra de tres cabezas consonantes "Ya sé que una enfermedad matará a la Humanidad, muchos niños mueren por entrar en la Universidad". La magistral chorradísima de On the Desk obtuvo el éxito en su día por su desafiante descaro a la hora de plantear una gilipollez de alto calibre como aspirante a número 1 de Los 40 Principales, pero a mí frases como "The teacher is tall, tal y cual" o "Well, well, very well Manuel" me sumergieron en una desestabilización lingüística que iba mucho más allá del simple chascarrillo. Me jodieron la cabeza.

Mi escasísima cultura musical me impide clamar al cielo (verás qué risa si alguna vez Wicked Wanda tiene que responder a una entrevista) decenas de influencias como letrista. Se me entremezclan toboganes de gupos a los que admiro y respeto, pero dentro de mis tops de valores coloco al mismo nivel el maquillaje de los KISS, los retruécanos de La Polla Records y las pantallas de carga de los videojuegos de Ocean. Pero gracias a esta casual relectura de los clásicos del grupo de Pablo Carbonell, me encuentro con que nada ha llegado tan al fondo de mi memoria musical como rimas del calibre de "Éramos el centro de atención / éramos los hijos del director", de un humo esquinado, travieso y en contra de lo que se suele pensar de los autores de Mi agüita amarilla, nada obvio.

No me cansaré de repetir que no entiendo por qué el sentido del humor y la cultura del rock se llevan a hostias cuando la comedia como género cinematográfico o literario están tan bien considerados. Por mi parte, todo entra dentro del mismo saco, y no conozco cuestión tan indiscutible como que todas las verdades importantes y genuínas hacen reir porque se muestran desnudas de artificio y pecado. La rima no solo es verdadera cuando rima, sino cuando hace reir, y en eso Los Toreros Muertos no tenían rival. Generadores de verdades de las de verdad.

domingo, 23 de agosto de 2009

Una historia social

Para combatir el deprimente sopor y el curioso dolor de cabeza que me produce la estancia en La Manga, deambulo por algunas urbanizaciones semiabandonadas por las que solía holgazanear los primeros años que estuve aquí, con apenas doce o trece años. Mis estancias ahora son un mero playa-casa, casa-playa. La poca gente con la que me trataba ya no veranea aquí, o peor: están casados y con hijos, para arqueamiento de cejas mío y desesperación de mis padres. Gente a la que le costaba recordar su segundo apellido, hoy responsables de encauzar a nuestras futuras generaciones. Luego nos quejaremos.

Decía que para combatir la ininterrumpida siesta en la que se convierte la semana anual que paso aquí, deambulo por las urbanizaciones (diría "callejones", pero La Manga solo consta de una calle y dos playas; la única manera de ocultarse del tráfico constante es colándose en propiedades privadas ajenas). Manga Beach, Mangalán, El Galán, Euromanga, Eurovosa, un trabalenguas de necedad nominativa que rima en polvoriento pareado con un par de descubrimientos de adolescencia. Uno supuso cierto cambio en mi percepción de la gente y de cómo valorarla.

A finales de los ochenta, buena parte de mi escuetísima paga para tebeos se iba en una colección llamada Marvel Heroes. Era un contenedor de un entonces novedoso sistema de publicación de tebeos denominado "Limited Series": series que nacían con un número previsto de episodios y sin vocación de continuidad. Hoy un sistema extendido, por aquel entonces era casi experimental, y por eso calzaban aquellas primeras Limited en esa colección unitaria: para que el público no se perdiera con la multiplicación de cabeceras. En el colmo de los colmos, la primera y hoy mítica Limited Serie de Punisher, como el personaje aún era desconocido, se publicada fragmentada en entregas de ocho páginas al final de cada número de Marvel Heroes, acompañando a ponzoñas como Kitty Pride y Wolverine o Vengadores vs. X-Men. Por aquel entonces, las decisiones editoriales ni se discutían ni se cuestionaban: eran lo que eran, y creíamos que, además, eran las únicas posibles, pero un cosquilleo de inquietud me asediaba por culpa de aquella Limited de Punisher. Los increíbles dibujos de Mike Zeck, mucho más delicados, sobrios y mejor acabados (responsabilidad del entintador John Betty, posiblemente) que cualquier otro tebeo de la época, la devastadora violencia que despedían, el agrio guión, muy apegado al género de la acción vigilante que por aquel entonces reventaba taquillas de serie B gracias a las películas de la Cannon... y unas increíbles portadas con una textura a medio camino entre el hiperrealismo y la caricatura pictórica de un Will Elder que se hubiera preocupado por guardar las formas y las anatomías... Era una combinación superior a cualquier tebeo de la época, y teníamos que devorarlo en paupérrimas entregas de cuatro pares de páginas. Entregados por aquel entonces a la batmanía o lo que tocara, no conocí a nadie en mi entorno habitual que disfrutara de esta explosiva serie, que yo ni siquiera leí entera: llegué tarde a los primeros números de Marvel Heroes, y el concepto de los números atrasados en Murcia era una entelequia.

A lo que iba: en La Manga conocí a un chico un par de años mayor que yo a través de la piscina de un amigo, que eran un poco los bares de alterne para menores de edad. De cloro hasta las orejas, descubrimos más de un interés común. Uno de ellos eran los tebeos de superhéroes. Él, creo recordar que de buena familia, contaba con mucha más liquidez para la compra de papel, y me pudo poner al corriente de las tramas secundarias que se me escapaban en las minúsculas entregas mensuales de Punisher que se me habían escapado. El descubrimiento, sin embargo, la gran revelación consistió en descubrir que la magnitud de la experiencia no consistía en la lectura del tebeo en sí, sino en compartir una fantasía (la historia de Punisher infiltrándose en una prisión para liquidar desde dentro a su archirrival Puzzle, todo plasmado en papel con un ritmo iracundo y de constante tensión que nos metía a los críos en una espiral de violencia cerebral sin ningún sentido) y describirla a gritos entre vítores y palabrotas recién aprendidas. No se confundan: no estoy hablando de compañerismo inocente ni de amistad infantil, sino en reafirmación del ego a través del descubrimiento, por primera vez, de alguien igual a uno mismo.

No volví a ver a este joven de quien he olvidado el nombre. Pero ese otoño, al llegar a casa, decidí redactar, con papel y lápiz, reseñas y puntuaciones para todos los videojuegos que tenía en mi Commodore 64. Fueron mis primeros textos ensayísticos sobre papel. Fue, tras aquel verano, mi primera búsqueda desesperada de otros como yo.

jueves, 13 de agosto de 2009

Y de repente, pienso que igual debería ser bueno

Que debería dejarme de impertinencias, de mirar a según qué gentuza por encima del hombro, de despreciar a quien no escucha la misma música que yo y a quien nunca le interesaron los mismos tebeos que a mí. Por extraño que parezca, soy asombrosa, insoncientemente tolerante con la diferencia de carácter. Puedo sobrellevar una relación cordial con un soberano gilipollas, pero me cuesta aceptar que alguien no vea claro que Crank 2 es la mejor película del mundo. Supongo que por eso me gusta escribir sobre cine, tebeos y videojuegos, donde hay tanto imbécil que educar, y no lo hago sobre psicología o urbanismo, áreas donde soy un auténtico tullido.

El otro día, en una cena con un grupo de amigos no precisamente cerrados de miras, salieron a relucir las películas de siempre, los grupos de siempre, los estilos de siempre. Y me quedé solo, una vez más, en mi cejijunta defensa de actitudes, sonidos e imágenes porque sí, porque yo lo mando. Desde fuera, me vi viejo y lamentable, y no me gustó el panorama. Mis amigos me conocen y no sólo me aceptan, sino que me vitorean las salidas de tono y las palabrotas, las ven tonesinas al ciento por ciento, pero...

Quizás ha llegado el momento de dejar las mayúsculas para los foros y, simplemente, cada vez que alguien sugiera que le dé una oportunidad a un grupo de flojos o a una película somnífera, deba agachar la cabeza, forzar una sonrisa y hacer lo que llevo haciendo desde los quince: correr a casa a refugiarme en una montaña de tebeos inmaduros y celuloide brainless. A lo mejor es esa la forma de prosperar. En la vida, digo.

miércoles, 5 de agosto de 2009

Barras y estrellados

Me siento con un par de focoforeros a hacer planes. Planes que precisan dinero y tiempo. Por suerte o por desgracia, todos somos freelances fracasados, con lo que nos sobra sólo uno de los dos factores. Pero nos falta otro. Así que sobre una servilleta de un bar irlandés empezamos a dibujar espirales de mentiras y encantamientos para rascar el bolsillo de alguna multinacional. Hablamos de generaciones perdidas, de ídolos intelectuales, de faros de nuestro tiempo y de eclectismo involuntario, todo intentando dibujar, más que un espectador, un cliente. Que es lo que interesa a la multinacional a la que le enseñaremos esa servilleta mutada en cantos de sirena.

lunes, 3 de agosto de 2009

Ascensorismo

Estoy aprendiendo a barajar naipes de tal manera que la carta que yo quiero siempre quede arriba. Cuando pienso en ello, no me sale, o se me ve la intención, o se me destapa el truco. Cuando pienso en otra cosa, cuando me olvido de las manos, se me despista que era un truco y, plop, la carta deseada aparece en lo alto del mazo. Llevo la baraja encima y cuando veo una película o le hago carantoñas a Fulci, barajo, pienso en la carta, y la carta no aparece, pero cuando me olvido de ella, plop. Como una ex diseñada por Heraclio Fournier. La carta tiene truco, por supuesto, la baraja es falsa y le habla al barajante. Más adelante, en Juegos de Manos II, ya enseñan como hacerlo sin trampear la baraja. Con una baraja recién salida de fabrica. De una fábrica que no las marque, digo. Para entonces, supongo, la mente ha aprendido a no pensar nunca en la carta, y la carta aparece siempre arriba. Cuanto menos piensas en ella, más plop. Es tan metafórico que da hasta rabia ponerlo por escrito.

lunes, 27 de julio de 2009

Grande como un dios

Contemplo fascinado Big Man Japan, una casi alienígena película japonesa que mezcla parodia descarnada y rendición respetuosa del cine de monstruos gigantes. Muy críptica en su mensaje, que se esconde camuflado en una dicharachera chorrada hiperventilante, me toca la fibra sensible con un rinconcito de su guión que delata que, indudablemente, me estoy haciendo mayor: el protagonista es un anodino japonés que, cuando Tokyo es atacada por monstruos gigantes, crece de tamaño y se enfrenta a la fauna alienígena de rigor golpeándoles con una enorme barra de acero. Él es la última generación de una saga de anabolizados héroes de la que también formaron parte las generaciones inmediatamente anteriores de su familia, como atestigua el fragmento de un documental retocado en blanco y negro, donde hordas enfervorecidas de japoneses blanquinegros presentan sus respetos al abuelo del protagonista. Nunca he sido muy fanático de los mantos de héroe que se trasmiten de generación en generación, y sin embargo, en esta ocasión, el enfoque me ha hecho reflexionar: el protagonista de Big Man Japan no quiere la responsabilidad de salvar Tokyo cada vez que a un monstruo alienígena le de por pisotear los jardines de la ciudad, pero está obligado por una mezcla de conciencia heroica y tradición familiar. De todos los tipos de héroe, el que más me fascina es el que lo hace por obligación, y de todos los que lo hacen por obligación, me parece el más decadente, sin duda, el que lo hace por respetar una tradición no verbal ni escrita, que él supone y construye. Teniendo en cuenta cómo acaba la película, con una revelación casi mística de las auténticas, minúsculas, intrascendentes dimensiones de su tarea, no estoy muy seguro de que a Big Man Japan le parezcan menos entrañables ni lamentables que a mí las motivaciones de su protagonista.

martes, 14 de julio de 2009

Tengo un vórtex

Nunca había visto mi alrededor tan embarullado e imprevisible como ahora. No puedo predecir nada, no puedo anticiparme a nada, no sé qué va a suceder. Es excitante de una forma decadente y pija, porque uno sabe que sí, que en el fondo es un caos que se mueve por unos márgenes muy estrictos. Pero mientras no pueda divisar las coordenadas exactas de esos márgenes... voy a agarrarme a la silla.

sábado, 27 de junio de 2009

Gusanos metálicos

Me pateo toda la zona centro de Madrid buscando una entelequia: me han encargado localizar y listar máquinas recreativas y pinballs lo más antiguos posible para incluírlos en un plano de zonas pintorescas y curiosas de Madrid. Entre Internet y soplos de amigos elaboro una ruta esquelética que he recorrido poco a poco y libreta en mano durante un par de semanas. Hoy me he topado con una sorpresa: en una sala de Bravo Murillo con música horrísona a niveles intolerables, en un rincón y con una pantalla desgastada, casi sin color, fenecida por las esquinas, repleta de arañazos y lamparones, un Metal Slug 3.

La saga Metal Slug supone los últimos estertores, ya en plan espasmos post-mortem, de un estilo de videojuego clásico y caduco: dificultad infernal, humor de parvulario de psiquiátrico, caricatura por doquier, sensaciones extremas. Guardo mi libreta y mi cámara de fotos, y recupero un ritual prácticamente olvidado desde hace años: crujo los nudillos, saco la moneda, la miro por cara y cruz, la golpeo con el canto junto a los botones, donde antes estaba el cenicero y la introduzco suavemente, dándole un pequeño empujón giratorio que provocaría, si eso fuera posible en los estrechos márgenes de la cahjetilla que aloja las monedas, un efecto en el hipotético bote de la moneda con el fondo del depósito. La partida resulta desastrosa, porque la pantalla está sumergida en una indescifrable penumbra, y la tecnomúsica que me impide oir mis pensamientos me impide, a su vez, concentrarme en algo que no sea el triple bombo.

Sin embargo, vuelvo a entender la importancia del ritual y su devenir en el juego. El soplido, el golpe de la moneda, el acariciar el mando con la punta de los dedos. Cuando con catorce años me fundía las propinas de mis abuelos en brevísimas pero suficientes partidas al Xain'd Sleena, tenía un Commodore 64 en casa y no podía soñar ni remotamente con que podría replicar esos juegos con perfección prístina. Un fallo de previsión, supongo. Pero el detalle al que no doté de suficiente importancia es que, en cualquier caso, por mucho que progresara la técnica, lo que no iba a poder replicar es la sensación de pérdida real de dinero con cada partida; el sudor en las manos con cada pulsación de 1player; el miedo a los tenebrosos rincones que se multiplicaban en las salas de recreativos por culpa de su entrañable fauna; y el olor a tabaco, alcohol y mugre, reemplazado ahora, en salas como la de Bravo Murillo, por pestazo a desinfectante y ambiente de sex-shop...

Y ahora, vaya, ya es tarde para recuperar todo eso.

martes, 23 de junio de 2009

Fue bonico

Por un momento, por un leve instante, se nos ocurre un chiste buenísimo en el brainstorming de hoy. Lo introducimos en un posible arco argumental de temporada. Por una milésima de segundo, a nuestro jefe se le cruza el cable, y da el visto bueno. Adelante con él. Por una micra de suspiro, todos los presentes hemos sonreído orgullosos, imaginando que en un futuro alguien verá la serie y recibirá una inesperada y pequeña porción de risotada. Por una casi inapreciable porción de nuestras vidas, todo ha encajado y todo ha tenido sentido.

Quizás mañana haya que borrarlo. Pero mientras tanto, en ese infinitesimal universo de emociones positivas, toda esta semana de palabras tachadas y pizarras reescritas mil veces ha valido la pena.

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