Revisando vinilos me topo con una de mis posesiones más preciadas: el rarísimo Mundo Caracol de Los Toreros Muertos, uno de los discos que más escuché en mi adolescencia, y que hoy he vuelto a pinchar, desempolvando el recuerdo de pareados que memoricé perfectamente en su día y que no había olvidado, sino que simplemente había arrinconado en alguna zona por suerte aún accesible del subconsciente. Vuelvo a saborear, indisimulando las relamidas, las insospechables cargas de profundidad en forma de gamberrismo surreal (y no surrealismo gamberro, como erraban algunos observadores de la época) que desbordaba el grupo, y que permanecen intactas porque nadie tuvo los huevos ni el talento de recoger su testigo, pero también me sirve para clasificar mi propia educación musical.
Caigo así en la cuenta de que ningún grupo extranjero me enseñó las posibilidades líricas del pop con tanta fuerza como los grupos nacionales con retranca en las letras. Todo lo que sé sobre la la ironía hiriente, el sarcasmo payaso, la parodia gratuíta y el exhibicionismo genital (pero también sobre la metáfora arrojadiza, el pleonasno necio, el simbolismo de cuchufleta y la hipérbole desajustada) me lo enseñaron Siniestro Total, Un Pingüíno En Mi Ascensor, los primeros Hombres G, Pabellón Psiquiátrico, Los Nikis, Glutamato Ye-Ye, Los Moluscos, los primerísimos Seguridad Social y, unos años después, y dándose la mano el infantilismo militante y la arcada porque sí, todo el punk disparatado que escuché en la adolescencia. Pero primero fue el pop descreído de todos esos, más Los Toreros Muertos. Nadie tocaba como los grupos de fuera, nadie me infectaba los oídos con estribillos como los de EMF, Transvision Vamp o Love & Rockets, pero con orgullosas lagunazas en una educación cultural sin wikipedia, El Sangriento Final de Bobby Johnson, Diga qué le Debo o La Hormigonera Asesina rayaban en mi canon humorístico a la altura de Mortadelo, el Mini Rey o Anacleto. Supongo que está claro el calibre de semejante comparativa.
Los Toreros Muertos, sin embargo, jugaron en una liga levemente distinta. Revisando, como digo, Mundo Caracol, saqué todos los vinilos que tengo de la banda, y acabé cayendo en Para ti, una parodia del género de la balada sin relación con la canción homónima de La Mode, y tuve que detener el plato después del primer verso, "Siempre quisiste tener una canción, esta es tu ocasión". Apuré el tequila y me rasqué la barbilla. ¿Qué, de qué, por qué esa canción me sonaba tan... propia? Revisé todas las canciones de la banda que tenía a mano. Bum Bum 1789, canción que me fascinaba profundamente en EGB porque tenía como temática lo que en ese momento estaba estudiando en clase de Historia, decía "Traedme a la reina, traedme a las infantas, esto es una fiesta y el público canta". La tremenda En mi portal bramaba en una hidra de tres cabezas consonantes "Ya sé que una enfermedad matará a la Humanidad, muchos niños mueren por entrar en la Universidad". La magistral chorradísima de On the Desk obtuvo el éxito en su día por su desafiante descaro a la hora de plantear una gilipollez de alto calibre como aspirante a número 1 de Los 40 Principales, pero a mí frases como "The teacher is tall, tal y cual" o "Well, well, very well Manuel" me sumergieron en una desestabilización lingüística que iba mucho más allá del simple chascarrillo. Me jodieron la cabeza.
Mi escasísima cultura musical me impide clamar al cielo (verás qué risa si alguna vez Wicked Wanda tiene que responder a una entrevista) decenas de influencias como letrista. Se me entremezclan toboganes de gupos a los que admiro y respeto, pero dentro de mis tops de valores coloco al mismo nivel el maquillaje de los KISS, los retruécanos de La Polla Records y las pantallas de carga de los videojuegos de Ocean. Pero gracias a esta casual relectura de los clásicos del grupo de Pablo Carbonell, me encuentro con que nada ha llegado tan al fondo de mi memoria musical como rimas del calibre de "Éramos el centro de atención / éramos los hijos del director", de un humo esquinado, travieso y en contra de lo que se suele pensar de los autores de Mi agüita amarilla, nada obvio.
No me cansaré de repetir que no entiendo por qué el sentido del humor y la cultura del rock se llevan a hostias cuando la comedia como género cinematográfico o literario están tan bien considerados. Por mi parte, todo entra dentro del mismo saco, y no conozco cuestión tan indiscutible como que todas las verdades importantes y genuínas hacen reir porque se muestran desnudas de artificio y pecado. La rima no solo es verdadera cuando rima, sino cuando hace reir, y en eso Los Toreros Muertos no tenían rival. Generadores de verdades de las de verdad.
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2 comentarios:
Este me lo quedo, oiga.
Suyo total y absolutamente es.
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