Pasan cuatro días, pasa media docena de cosas, y te das cuenta de que el que te deslumbró con su rabia y su inteligencia no es más que otro vendedor de humo. Y te preguntas que si igual que tú le ves las costuras a sus razonamientos y las cosquillas a su dialéctica habrá otros que te estén viendo a ti los recursos, los truquitos y las tontadas. Y que sea así todo una enorme cadena de engaños y disculpas, de tejemanejes intelectuales que solo sirven para que en algún momento alguien se dé cuenta de que en un extremo de la cadena hay algo totalmente vil, y al otro, algo totalmente puro. Y con la esperanza de algún día vislumbrar alguno de los dos extremos, cualquiera porque ya estamos para pocas moralejas, y así cegarse con algo absoluto, algo que no esté a medias, algo coherente en su hijoputez o su virginidad, intenta uno distanciarse, reptando por la cadena, de la gente que ha dejado de fascinarle y de tomarle el pelo.
Y consciente de que hay que seguir bregando aunque solo podamos imaginar los extremos e intentar filmarlos, escribirlos, dibujarlos o cantarlos, se va uno a la cama jodido. Contento, pero jodido.
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