No sé muy bien cómo reaccionar a mi recién ganada pérdida de trabajo de oficinista, y recién saludada una supongo que altibajista vida de trabajador en casa. Empiezo retocando los pequeños detalles. A mis famosas, involuntariamente tragicómicas listas que me rodean y que van enumerando el ritmo de tareas que tengo que emprender cada día, añado un merecido desayuno en reposo y en casa siempre que sea posible, repantigado en un sillón comodísimo que apenas he estrenado y leyendo libros que no puedo sacar a la calle por cuestiones prácticas, como el eternamente pospuesto La broma infinita. En el centro he ido a comprar hoy la trilogía de Ilsa, ya saldada cada una de sus pelis a poco más de cinco euros. Me las quería comprar desde que salieron a la venta, pero la prudencia me aconsejó esperar al inevitable precio de crisis. Y me he comprado unas zapatillas nuevas para estar en casa. Todo es asquerosamente utilitario, pero emocionante a su muy decadente manera.
Mañana tengo que estar bien temprano renovándome el pasaporte para hacer uno de esos viajes que antes alegremente endilgaba a los redactores rasos. O sea, que ni estreno de lista, ni disfrute de zapatillas ni película de Ilsa mientras como algo de lata a media mañana. Mal empezamos.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario