Me muevo por la primera mitad de la treintena descubriendo ciertos rasgos de mis coetáneos que me sorprenden y fascinan, y en los que no había reparado aún por inconsciencia o por simple falta de tiempo. O por mi proverbial despiste, ese que me ha dado tantos problemas y tantas alegrías. Una de esas cansinas características de los seis lustros y pico, decía, acaso su pecado capital, es una envidia que ya no tiene nada de la sarna saludable, impetuosa y maledicente que hasta nos enorgullecía cuando contábamos veintimuchos, hace unos pocos años. Cuando incluso parecía de buen tono competir por ver quién envidiaba más el talento ajeno y el logro alienígena. Se consideraba de buen tono porque, mecachis, era una envidia imberbe e inofensiva, y lo sabíamos.
Ahora compruebo con algo de temor que ese mirar de reojo al talento, a la meta y a la posesión ajena está tostada de resquemor, porque parece ser que empieza a no quedarnos tiempo para pillar al que nos lleva un par de palmos de ventaja. Antes veía a mis compañeros generacionales como genuínos compañeros, y sus triunfos eran nuestros triunfos. Los ascensos eran escalones para todos, las victorias se celebraban con un abrazo. Ahora me inquieta formar parte de la carrera por pisotear el nudillo ajeno. Me gustaría pensar que no sirvo para ello pero, cojones, en realidad lo que me da miedo es descubrir que estoy capacitado para la patada a traición en la espinilla.
Me estoy tomando con tranquilidad, escudado en la vorágine de trabajo que supone la edición del segundo volumen de Mondo Pixel, mi vuelta al ruedo laboral. En los últimos meses, unos cuantos amigos de profesiones paralelas a la mía se han quedado en la calle, y me aterra ver de qué voy a ser capaz para exigir mi porción de la tarta. Y más aún me aterra saber que quizás ni siquiera tenga que levantar la mano para empezar los guantazos: cuando alguno de ellos consiga un trabajo que mi subconsciente crea que yo merezco más, ¿enseñaré los dientes que llevo afilando durante treinta y dos años?
Y al final, como en las aventuras heroico-metafóricas de rigor: la sempiterna Crisis va por dentro. Me cago en la semiología.
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4 comentarios:
Joder Tones (perdón no me he podido reprimir) ahora va a resultar que usted tambien es del 76? Me parto.
Solo quería decirle que lo de usted con los blogs ya es algo compulsivo y digno de estudio, así como tambien me gustaría decirle que este me parece el mas auténtico que he tenido el gusto de leerle.
Un auténtico placer este descubrimiento y le animo a que siga desahogándose en él de la manera en que lo hace. La empatía me embarga leñe!
Jajaja! Como ve, este blog no está publicitado por ninguna parte, y ni siquiera lo tengo alojado en el servidor. Lo prefiero así, para que lo vayan ustedes descubriendo poco a poco y un poco por casualidad. Que lo disfrute.
Si le cuento que me lo encontré por casualidad cuando llevaba publicado dos posts nada más...
Joder, otro ilustre. Bienvenidos todos!!
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