jueves, 30 de abril de 2009
Celador, padre de, marido de, muere en
Preparando el petate para pasar un fin de semana presumiblemente divertido, pero garantizado que profesionalmente muy poco productivo, barajo el paquetito de cartulinas de biblioteca que uso para orientarme en la maraña de relaciones ficticias entre personajes de la historia que no me deja dormir y que acabaré convirtiendo en un estribillo ridículo, aunque solo sea para sacármela de la cabeza. Cada tarjetita lleva el nombre de un personaje, su relación con el resto, y el episodio en el que muere. Al ser una historia de raíz violenta, casi todos acaban criando malvas, y necesito anotar cuándo para evitar resurrecciones impropias e involuntarias. Por ejemplo: "FULANITO, guardia de seguridad, muere en # 3". Reduzco así al cincuenta por ciento de la mínima esencia a los monigotes que concibo precisamente para eso, para ser carne de cañón, para gozar de biografías que se reducen a una línea en una tarjeta de biblioteca. Por eso me hace gracia cuando alguien reacciona ante una película o un tebeo de terror diciendo que los personajes no están suficientemente desarrollados. Paridos para morir , las víctimas deben tener existencias de bolsillo. Porque tiene que dar miedo, y lo da, como compruebo con un escalofrío mientras jugueteo con las cartulinas, que me escupen solo nombres de nadie y muertes asépticas y números del uno al cinco. Bien, al menos esa parte funciona.
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