jueves, 12 de marzo de 2009

El día que me arremangue

Quedo con una amiga para comer, que se disculpa por haberme eliminado de su lista de contactos en Facebook hace unos cuantos meses. Cuando me borró, simplemente pensé que al definitorio hecho de que hace años pasamos por una relación bastante cercana se sumaba, suponía yo, la necesidad de que, caramba, no andara husmeando en su álbum de fotos. Entre otras cosas. No era así, me dijo: es que su novio no quiere que me acerque a ella ni en lo virtual, y en una discusión absurda y como muestra de orgullo femenino, de no necesitar a ningún tío de su pasado -y entre líneas, tampoco de su presente, aunque igual el otro no lo pilló-, me borró de su lista, con testigos y todo. Envidio, en el fondo, a las gentes que se necesitan tanto como para permitirse según qué cosas, y me encanta desencadenar de forma involuntaria pasiones chungas y demostraciones tan puras de complejos de inferioridad por parte de ese tipo de gente que, estoy seguro, son los mismos que me rompían las gafas en el colegio porque podían. Sí, ¿no? Pues nos estamos quedando todos calvos, que lo sepáis. Los que daban y los que recibían.

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