Mi madre visitó mi casa el otro día y murmuró, con cierta resignación, al verme interactuar con Fulci, mi cachorro de gato, "No te he visto tratar así de cariñosamente a ningún ser humano". Supongo que pensaba en las amistades que me ha visto perder y las chicas que he dejado pasar por mi incombustible aspereza para todo lo que conlleve relaciones humanas. Y las que se ha perdido, la pobre.
Cuando Fulci está en modo reposo y estira las patas delanteras ante sí, si pongo la mano encima, aparta pacientemente sus patas y las pone sobre mi mano. Si yo hago lo propio, repite. Una y otra vez, hasta que uno de los dos se cansa. No es mono ni simpático: es presumido, maleducado, insistente y arbitrario. Vamos, que está a punto a de aprender a torcer el morro, mirar de reojo, subirse unas gafas imaginarias y decir "Pero eh...".
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